20 ene 2011

Relato: Lágrimas De Otoño

Y otro día más allí estaba Juan, como lo había hecho los últimos sesenta años, contempló lo que tenía a su alrededor, lo que su esfuerzo y el de sus antepasados habían conseguido. Sentado, en el porche de su pequeña casita, miró y pensó como todos esos campos que veía a lo lejos, le habían dado de comer a él y a su familia, algunos años eran mejores que otros, pero siempre habían seguido hacia delante, ahora sus hijos tenían sus propias familias y se habían alejado de aquella campiña que les vio crecer.

Ese año era uno de los peores que Juan, en su larga experiencia, podía recordar, incluso en los medios de comunicación se anunciaba la enorme sequía que aquel verano arrastraba, en algunos lugares incluso se había llegado al extremo de cortar el agua, eso era algo que Juan solo podía ver con amargura, ya que sus tierras también habían sufrido, los árboles ya no tenían aquel verdor del día que se le declaró a su Merche, y las frutas que tanto les gustaban a sus hijos de niños, ya no tenían su dulce sabor. Algo estaba cambiando, y Juan no sabía como iba a acabar todo.

Así que seguía allí sentado, como lo había hecho hasta el final del verano, esperando, siempre esperando, y en su espera le acompañaba el pequeño de sus nietos, Antón, un niño alegre, que le encantaba pasar las tardes con su abuelo y que, Juan estaba seguro, había aprendido a apreciar lo hermoso que era aquel lugar que tanto amaba su abuelo.

Entonces, con una mano arrugada, Juan se tocó el rostro, notó como su mejilla estaba húmeda, y todo su mundo cambió en un segundo, su nieto lo miró, y a pesar de ser un niño, comprendía por lo que estaba pasando su abuelo.

— Abuelo, ¿Te están cayendo lágrimas?- le preguntó.
— No hijo, es la lluvia de otoño que nos trae otra oportunidad.

Los dos miraron a lo alto, el cielo estaba nublado y tímidas gotas empezaban a descender, Juan agarró la mano del niño y juntos se adentraron a los campos con paso decidido, el agua que caía les mojaba, pero eso no les importaba porque también el agua caía a la polvorienta tierra, creando vida de nuevo. Juan esbozó una leve sonrisa, porque, con la llegada de la lluvia, había nacido un nuevo rayo de esperanza.

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